lunes, 31 de agosto de 2015

Viviendo en futuro

Mi primer día de trabajo (o medio día mejor dicho) no ha sido para tanto, lo imaginaba peor. Suele pasarme a mí y a gran parte de la humanidad: sufro más por lo que imagino que pasará que por lo que finalmente sucede. Y es que tengo una tendencia obsesiva a querer tener todo bajo control, para "curarme de espanto". Imaginar todo lo que pueda pasar, "por si a caso" sale mal, que el impacto sea menor. Es como un "esto podía pasar". Un "no me va a dar un infarto si pasa algo malo, porque ya he introducido la desgracia en mi mente antes de que esta ocurra". Y la verdad es que finalmente pocas veces se asemeja a la realidad todo lo que crea mi mente y lo único real es mi sufrimiento mientras lo imagino. Porque con inercia se anticipan (prácticamente siempre erróneamente) fracasos o desgracias. El mal presagio. No recuerdo la última vez que pensé algo como "en esta entrevista de trabajo seré fluida, natural, segura... ¡Irá genial!", más bien pienso "¿y si me preguntan esto que no sé?".

Hoy he podido palpar mi angustia por la vuelta al trabajo y notar que no es patológica por ahora, que cualquier persona en su sano juicio podría tenerla. Importante es que, si te sientes mal, identifiques que tipo de malestar sientes para no llevar lo "normal" a lo patológico. Eso requiere entrenamiento. Conocerse a uno mismo requiere mucho entrenamiento. Pero estarás de acuerdo conmigo si digo que a veces poco podemos hacer por estar mejor, pero sí que podemos hacer por no empeorarlo, ¿no crees?

Esto de vivir en un futuro imaginario es de lo más cansado, frustrante e inútil. De vez en cuando hago el ejercicio mental de separar lo que pienso de lo que existe en el momento, y ayuda. Otras veces me engancho en esas dramáticas profecías y, ya pudiendo estar entonces en un enorme y agradable prado verde, consigo hundirme en la verborrea mental o llámalo mierda también. ¿Y sabiendo esto, por qué dejas que pase? No dejo que pase, simplemente pasa. ¿A quien le gusta vivir el 75% de su tiempo vital preocupado por cosas que ni siquiera han sucedido?

Esto a veces se escurre incluso en los sueños. No miento si digo que prácticamente cada semana tengo sueños en los cuales mi pareja me es infiel. Sé perfectamente que no es así y aparto cualquier pensamiento que se acerque a tal situación siendo consciente de que ésta es incongruente con la realidad. Pero si la mente consciente sigue siendo una bestia difícil de domar, el subconsciente es una bestia alada que vuela kilómetros y kilómetros por encima de ti. Así pues, muchos de mis miedos y "futuros inciertos" afloran cuando duermo. Esta misma noche he "visto" a mi pareja morreándose con un pivón e ignorándome sin motivo. De aquí saco, como muchos ya intuiréis, que soy una persona insegura y con una baja autoestima. Añado, aún así, que hay días en los que creo que puedo comerme el mundo. Días e incluso momentos de picos de euforia o en otras palabras días o momentos en los que "me flipo". Me flipo y mucho (incluso demasiado). Cada vez que escucho la palabra "intermedio" tengo que buscarla de nuevo en el diccionario. Es por eso que en días o momentos como esos puedo idear magníficos planes (¡¿cómo no he pensado antes esta idea tan brillante?!) que acabarán entre sirenas de ambulancia o de coches policiales, por ejemplo.

¿Cómo me irá esta tarde en el trabajo...?

domingo, 30 de agosto de 2015

Unas crocs para trabajar

En la anterior entrada expliqué que para mí hay pequeñas metas o cotidianidades que pueden resultar todo un reto. Hoy es mi último día de vacaciones y por lo tanto mañana empieza de nuevo mi rutina laboral que, como todo trabajo y pese a que me sienta a gusto con lo que hago, es una rutina inflexible, estricta y exigente.

Si tienes "fiebre" (un "mal día", un brote o crisis) deberás ir a trabajar de todos modos porque esto ya no es el colegio. Tal como decía, mi vida sigue igual y no puedo parar el tiempo ni romper los engranajes del día a día que con mucho cariño tiene preparado para tí este sistema: los engranajes que te empujan a trabajar para vivir y vivir para trabajar.

Dime que no es para tanto, si ya lo sé. A nadie le gusta y todos lo hacemos. Pero a esta depresión post-vacacional se le suma el pánico a averiarte en el momento menos esperado y verte obligada a forzar la maquinaria hasta que se rompa. Sin tiempo suficiente para repararla en el taller hasta la próxima sesión de trabajo. Sin tiempo a que se enfríe. Así pues, vamos a irnos arreglando sin profesionalidad, con cola blanca y lo que tengas a mano. Vamos a hacer cosas que nos hagan sentir mejor y que mantengan los parches en su sitio hasta que llegue la siguiente batalla. Vamos a tomar un café con las amigas, a hacer el amor con la pareja o cualquier cosa que nos guste. Empezarás con una sonrisa invertida y terminarás contenta y agradecida. Nadie sabrá ver la mierda que está centrifugando de manera intermitente dentro de ti y que, en cuando dejes de hacer esas cosas que te llenan, reventará en tus adentros. "Pero si ayer cuando quedamos te vi bien". Y sí, totalmente cierto que me sentía mejor ayer que hoy, pero dado que no puedo coserte a mí y que de todos modos eso sería un tanto egoísta, ahora estoy sola y las cosas cambian. Debo aprender a convivir con esto tanto en grupo como en mi intimidad, y en mi más solitaria intimidad resulta algo así como muy jodido y difícil, unos cuantos kilos de apestosa e infumable mierda. Uno de los síntomas característicos de mi "virus mental" es la dependencia (la dependencia emocional y hacia otras personas), el sentimiento de soledad, vacío y aburrimiento casi constante. Y hay veces que estos sentimientos aparecen incluso estando acompañado.

No me apetece hacer nada.

Empezando por los pies: te presto mis zapatos

Es como si tus pensamientos estuvieran escritos en varios folios y éstos se rompieran en varias partes y se mezclaran unas con otras. Es como una carrera mano a mano con el tiempo, te estancas, te bloqueas, te quedas averiado, pero el reloj sigue avanzando y los demás siguen funcionando correctamente. Que te pregunten qué te pasa y sudar cada segundo en que esperan tu respuesta, intentando rehacer el puzzle de papel donde estaban aquellos pensamientos. Sentir ansiedad al no hallar palabras. Decir que no sabes, por complacer con una mínima respuesta, que además es cierta. Fruncir el ceño enfadada contigo misma y mirar a otro lado para no ver como recibe esa contestación la persona que tienes delante. Incluso cuando te preguntan: agua o refresco? Y el tic-tac se te come mientras tomas una decisión tan sencilla y complicada para ti. 

Es como cuando quieres decir algo con mucha fuerza, explotar, pero te falta ese "algo" que decir, el contenido de tu estado por llamarlo así. ¿Una emoción? Puedo saber como me siento ahora, pero soy incapaz de estructurar una frase que defina el por qué. Mi saber está limitado a que soy consciente de que lo que sea, lo estoy viviendo al extremo del abismo. Es una lastima que el 80% de la comunicación sea no verbal y sin embargo, pese a no saber expresarlo, ni el 20 por ciento de las personas puedan acercarse a entender lo que se pasea por mis adentros. Como un ser que cuando quiere duerme y cuando quiere serpentea por mis tripas, sin importarle qué hora sea, ya que allí todo es oscuro y no se diferencia. Me muerde desde dentro para recordarme que ese es su territorio. 

Mi psiquiatra lo llama TLP (Trastorno Límite de la Personalidad o Trastorno Borderline), yo lo llamo puta mierda y algunas de mis amistades lo llaman "todos tenemos malos días". Gracias por otro lado a los que, pese a que hayan mayores catástrofes, validan los garabatos que escribe mi boca. Oye, hoy no puedo levantarme de la cama, tengo pensamientos de suicidio. "Piensa que hay gente que no tiene nada y es feliz". Estoy a cuarenta de fiebre y me encuentro fatal. "Bueno, hay gente en estado terminal". ¿Te das cuenta de que, quizá inconscientemente, con tu contestación me puedes hacer sentir culpable por sentirme así, y eso no mejora las cosas? En ese momento, además de incomprendida, te sientes la persona más egoísta y perversa del mundo, todavía menos merecedora de vivir. El "emocionómetro" está apunto de reventar y ya ni tengo ganas de explicarte aquello que antes no lograba explicarte. 

Todo esto también significa ponerte un punto en la boca, porque (a veces) sabes cual es un pequeño detonante que para ti tiene grandes consecuencias a nivel psicológico. Pongamos un ejemplo... Una o dos personas y yo estando al cargo de un niño que se pone insoportable o presenciar una discusión en la que ni siquiera estás involucrada: eso cambia mi mecanismo mental, hace cambiar mi chip y vuelven a aparecer los pensamientos desordenados y el "emocionómetro" al límite. Todo se torna oscuro y se lleva al extremo. El malestar es inaguantable. Cómo explicas que te has puesto fatal si los presentes en la situación te van a decir que eres una exagerada y una egoísta por ponerte así, cuando todos están pasando por lo mismo y se aguantan. Eso puede empeorarlo. Entonces piensas que puedes hacer dos cosas: hablar y estar mal, o callar y estar mal. Por supuesto la mayoría de las veces escojo la segunda, ya que como mucho te dirán que estas "absorta" en tu mundo y que "nunca quieres hacer nada". ¿Tú tienes ganas de hacer algo cuando estás enfermo? Yo siempre lo estoy, de una manera invisible, y me suba o se me pase la fiebre tengo que seguir mi vida. Lo que para algunos son pequeñas metas o cotidianidades para mi puede resultar un reto. A veces piensas "joder, haría lo que fuera por cambiarte un rato mi cabeza o lo que sea que me haga sentir así, solo para que me entiendas".